Lugar: | Sala 2 y 3 del Museo de Arte de Lima |
Temporada: | Desde el 27 de mayo de 2022 |
Artistas participantes: |
Regina Aprijaskis, Luis Arias Vera,Teresa Burga, Gerardo Chávez, Lajos d’Ebneth, Alberto Dávila, Rubela Dávila, Juan Manuel de la Colina, Jorge Eielson, Rafael Hastings, Jorge Piqueras, Emilio Rodríguez Larraín, Emilio Hernández Saavedra, Venancio Shinki, Sabino Springett, Fernando de Szyszlo, Tilsa Tsuchiya, Judith Westphalen y Luis Zevallos Hetzel. |
Esta exposición marca el nuevo capítulo de una apuesta en la que el MALI decidió embarcarse desde 2021: la exhibición de las colecciones modernas y contemporáneas que aún no cuentan con un lugar dentro de sus salas permanentes. En ese sentido, la década de 1960 constituye un periodo clave en la historia del arte local. Dividida en dos salas, la muestra busca dar cuenta de dos procesos paralelos, cuyos ecos parecen extenderse hasta el presente. Por un lado, se consolida una tradición moderna que, entre los polos de la abstracción y el surrealismo figurativo, apostó por los valores plásticos de la pintura y reivindicó el oficio como principal medio expresivo del artista. A su vez, los años sesenta también traerían consigo la irrupción del Pop. Este lenguaje cosmopolita, indesligable de la cultura de masas norteamericana, representó el decisivo paso para la afirmación posterior de tendencias abiertamente experimentales.
En 1958, el edificio del MALI albergó el I Salón de Arte Abstracto, quizá la primera manifestación grupal de una tendencia internacional que había sido ampliamente cuestionada en la escena limeña. La muestra era un anuncio de lo que vendría en la década siguiente, cuando incluso los antiguos opositores de la abstracción terminaron asumiéndola en su propia obra. Pero la adopción de este lenguaje no implicaría, necesariamente, una renuncia a lo local, como lo demostraron Alberto Dávila, Sabino Springett o Fernando de Szyszlo. De hecho, las alusiones de este último al universo mítico andino tomarían formas cada vez más corpóreas, enlazándose con la pintura de corte surrealista, desarrollada en aquel momento por Gerardo Chávez y Tilsa Tsuchiya. Tras una decisiva experiencia europea, tanto Chávez como Tsuchiya se habían embarcado en la búsqueda de universos míticos a través de una obra caracterizada por un extremo preciosismo formal.
En paralelo a la consolidación de un arte abstracto basado en la búsqueda de lenguajes trascendentes y universales, los años sesenta vieron el surgimiento de una tendencia opuesta. Ella estuvo representada por distintos artistas que volcaron su mirada, desde mediados de la década, a las imágenes provenientes del mundo del entretenimiento y la cultura de masas. Se trataba de un diálogo fluido con la escena internacional, especialmente en el ámbito norteamericano, a partir de una radical apuesta por dar cuenta de lo cotidiano y de una sociedad de consumo.